jueves, 23 de septiembre de 2010

De un encierro, un poco de luz (espero no marear)

[...] Abajo mío hay aire y tierra. Arriba un espejo con indicaciones que no logro a descifrar, escritas en algún idioma, en horizontal y vertical, formando cruces, donde las esquinas me apuntan a los ojos. No detecto bien qué dicen. De una forma misteriosa logro interpretar, entre flechas y direcciones de aquellos símbolos entendí que en esta vida parece que sólo se puede tomar un camino, y que desafortunadamente no hay marcha atrás ni cámara lenta. 
En estado de transición (pre-meta-mor-fo-sis), empiezan a caer las grafías afiladas, hechas con sangre desconocida -pero igual de convaleciente que la mía- y van directo hacia mi piel. Comienzan su viaje atravesándome constantemente, mi sangre se mezcla y borbotea, empiezo a hablar en ese idioma anónimo (que ahora es mío). Las goteras y mi esfuerzo por respirar se condensan. No sé si soy yo o soy lo que digo. ¿Cuál es la regla? Interpretar tiene que atravesar un bien y un mal. La dicotomía no se va a ir nunca. La decisión tiene vida propia, la mía.  Es un encuentro casual entre todos los encuentros claves, que suelen ser escasos. Me invaden la memoria y la necesidad de avanzar.
No puedo hacer otra cosa más que arriesgarme, romper esos espejos intercalados con el cielo y esas palabras ajenas hacerlas mías. No me importa lo que digan, no me importa si salgo hecha trizas, tengo que descomponer esa estructura pesada de imperativos y absolutos.  Si no me hablan de libertad, no voy a dejar ningún espejo entero, ni una letra a salvo. Con mis manos y mi voz. Allá voy. No se cuiden, no se esfuercen, yo voy a resignificarlo todo.  Yo, sola, tranquila.

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